“¡Ay, Dios!”

¡Querido Pepe! 

Me han pedido que escriba un artículo sobre ti. Y te escucho decir: “¡Ay Dios!”.

Era tu frase en los momentos de risa, en los de confidencia o en los de incomprensión o sufrimiento, tuyos o de los tuyos; también fue tu frase más repetida en los momentos de hospital…¡y fueron tantos!. Era la “oración de tu corazón” que no paraba de latir ni tu oración, ni tu corazón. Hasta que éste último se paró. Se te había ido rompiendo a cachitos de tanto amar la vida, de tanto amar a Dios y a sus hijos, que fueron los tuyos.

A mi corazón también se le ha roto un buen pedazo con tu partida.

Hice mío el lema:” Pon un cura en tu vida”. Y yo te puse a ti porque Dios te me dio. Y conmigo Paco y los niños también lo hicieron, porque es bueno ir todos a una en familia. Y ha sido uno de los mayores dones de nuestra vida. Poniéndote a ti en el corazón de nuestra casa entró el amigo el maestro, el director espiritual, el confesor y el confidente, el cinéfilo, el escritor, el amante del arte y también el de los huevos fritos con pan y el tomate rajado con sal, entró el amante de lo sencillo y de lo profundo, el enamorado del CVII y de sus Papas, el amante de la liturgia y de los salmos: “Al ir iban llorando, llevando las semillas; al  volver vuelven cantando, trayendo las gavillas”…¡cómo te gustaba!; entraba el que desde entonces siempre estuvo en nuestros bautizos, comuniones, cumpleaños, bodas, ordenaciones y hasta entierros; entrabas antes de cada cursillo para confesar al que se iba, o en los “tiempos fuertes” para confesarnos uno por uno a todos los de la casa como si de cuentas del rosario limpias, limpísimas, llenas de Gracia, quisieras ofrecer a Dios.

Y es que, entrando tú en casa, Pepe, sacerdote de Cristo, entraba Dios. Y El, a través de ti sanaba, bendecía, escuchaba, alentaba, consolaba o lloraba contigo, celebraba y siempre, siempre, nos llevaba más cerquita del Cielo.

Goyi y Pepe Casanova

Cuando te ayudé a hacer tu última mudanza te dije: “Toda tu vida te cabe en una maleta desvencijada y una caja”…¡ cuántas renuncias, sacerdote!. Pero ahora desdigo lo dicho: tu vida, una vida tan grande, tan entregada, tan desgastada y tan fructífera no cabe en una maleta, necesita el Cielo.

Por eso, Pepe, déjame que ahora me dirija a Él: “Gracias Señor por habernos dado a Pepe para que nos sirviéramos de él. Lo hemos hecho y él se ha dejado. Para eso lo elegiste, y él ha cumplido con creces allí donde le has puesto ( entre niños, jóvenes, mayores, colegio, cursillos, en  familias enteras, su familia de sangre, mi familia…).

Permítele que esos ojos profundos suyos puedan contemplarte y llorar, ahora sí, de gozo, y que allí en el Cielo y aquí en la tierra, todos con Pepe, podamos clamar en oración de acción de gracias : ¡ Ay Dios!.

De Colores,

Goyi Cerro

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