Me llamo Luis Casarrubios, tengo 32 años y soy ingeniero de telecomunicaciones. Hice mi cursillo en noviembre de 2014 en Madrid, aunque actualmente llevo cuatro años viviendo en Chicago. Pertenezco a la ultreya de López de Hoyos, donde espero reincorporarme más pronto que tarde, si Dios quiere. Camino junto con Javi, David, Nacho y Jaime en mi reunión de grupo desde hace más de diez años, a pesar de estar lejos.
He viajado y peregrinado a muchos lugares del mundo desde que me encontré con Jesucristo en mi cursillo, incluso tuve el regalo de participar en la misión en Perú de la comunidad. Sin embargo, nada se parece a lo que he vivido este verano respondiendo a la llamada del Señor a través de Joserra, sacerdote misionero de cursillos en Japón.

He de reconocer que desde pequeño he sido un enamorado de la cultura japonesa, en gran parte por aquello que nos ha llegado siempre de allí: sus series y su gastronomía. Como el 99.99% de la población (según parece), tenía en mente hacer un viaje tarde o temprano a ese remoto lugar. Tanto es así que en marzo de 2024 me instalé Duolingo para al menos tener unas nociones básicas del idioma. Sushi to mizu, kudasai.
Para mi sorpresa, seis meses después, en septiembre de 2024, recibí la llamada del Señor, concretamente a través de Joserra, para participar en el proyecto “De Colores”. Sin saber muy bien cómo, ha sido un año de reuniones a las 5 a.m. hora local en Chicago, escuchando al mejor traductor simultaneo español-japonés que he visto en mi vida: Joserra. Y no lleva IA.
A mi llegada a Tokio, pude comprobar que todo aquello que me había imaginado se quedaba muy corto, aunque bien es verdad que el choque cultural en mi caso fue menor al haber vivido tres meses en China, tal y como sabe cualquier persona que me conoce. Pero el Señor había puesto en mí un deseo profundo en el corazón, que era conocer y ahondar en el alma del pueblo japonés.

Gracias a la generosidad de Joserra y la diócesis de Osaka-Takamatsu, Blanca, Marta, María, Alberto y yo tuvimos una de las experiencias más enriquecedoras de iglesia universal que hemos tenido en la vida.
Uno de los mayores miedos que yo tenía era no ser capaz de transmitir con fidelidad las maravillas que obra Dios en mi vida, debido a la barrera idiomática. Pero, aunque yo sea un poco torpe, Jesús me recordó que es Él quien toca el corazón de las personas. Y de ello he sido testigo en cada eucaristía o en cada conversación pegado a un móvil con Google Translate. Incluso compartiendo nuestros testimonios, a pesar de las dificultades que suponía llevar colgado de la oreja un traductor inglés-japonés esperando las señales de Joserra para continuar o parar si hablábamos muy rápido.


Me vuelvo con el corazón lleno de haber profundizado y conocido verdaderamente el alma japonesa y con la plena convicción de que Jesús llama a todas y cada una de las personas por su nombre. Como bien dice Joserra, el evangelio parece estar escrito para el pueblo japonés.
Llegué a Japón con el prejuicio de su hermetismo y dificultad de aceptación hacia lo extranjero, e independientemente de si estaba bien fundado o no, el Señor me ha regalado volverme de allí con auténticos amigos en Cristo. Porque para Él nada es imposible.
Os ruego que sigáis rezando mucho por Joserra y su labor allí, porque hemos sido testigos de auténticos milagros. Dios quiera que esta misión siga dando muchos frutos.
Arigato gozaimasu.
¡De colores!.
Luis Casarrubios