Hola, me llamo María Guimerans, tengo 25 años, e hice mi cursillo en diciembre de 2018 y desde entonces camino en la Ultreya de Cristo Sacerdote.
Este año he tenido la suerte de organizar nuestra convivencia de fin de curso. Una convivencia sencilla, de un solo día, pero llena de alegría, de encuentros y de esos pequeños detalles que hacen que el corazón se llene de gratitud.

El pasado 21 de junio nos reunimos en un entorno precioso, la casa de Fray Luis de León en Guadarrama. Fue un día tranquilo, de esos que se disfrutan sin prisa y con el corazón en paz, rodeados de amigos, en el marco de una comunidad que sigue creciendo y dando vida.
Sabíamos que en la casa donde íbamos a estar también estarían los adolescentes del movimiento los cuales celebraban su convivencia ese fin de semana. Por eso, comenzamos el día con una Eucaristía conjunta en la que pudimos unir nuestras oraciones. Fue un momento muy bonito, viendo como somos parte de una Iglesia viva llena de generaciones que caminan hacia el Señor desde distintos lugares, edades y etapas. Compartir la misa con ellos fue un regalo.

Después de la Eucaristía, tuvimos tiempo para la comida. Más allá de lo que comimos (que también estuvo muy bien), fue un momento de compartir sin prisas, de ponernos al día con aquellos a quienes no vemos con tanta frecuencia, de reírnos, de hablar de lo cotidiano y de lo profundo, y de disfrutar de lo más simple y que forma parte del carisma de nuestro movimiento: la amistad. En una vida donde todo va tan deprisa, estos momentos son verdaderamente un tesoro.
Por la tarde, organizamos algunos juegos sobre todo para los más pequeños, que nos ayudaron a seguir compartiendo desde la alegría.

Pero si tengo que destacar algo de esta convivencia y que fue lo que más me llegó al corazón, fue ver a personas que habían hecho el cursillo recientemente ya caminando con nosotros. Puede ver a Leonor, con quien compartí el cursillo de mujeres en octubre, y también por ejemplo a José Luis y Silvia, que salieron del último cursillo. Verlos ahí, formando parte de este día como uno más, me llenó de esperanza. Porque a veces evangelizar puede parecer una tarea lenta, cansada o ingrata, pero días como este te demuestran que todo esfuerzo tiene fruto.
Me emocionó profundamente ver cómo esas personas que han vivido el cursillo este año ya están con nosotros, compartiendo, riendo, rezando, viviendo en comunidad. Es la confirmación de que el Espíritu Santo actúa, de que lo sembrado a lo largo del curso ha dado fruto, y que ese fruto se ve en rostros concretos, en nombres concretos, en historias concretas.

La convivencia, para mí, siempre ha sido un momento de agradecimiento. No es solo una celebración de “fin de curso” como tal, es una oportunidad para parar, mirar hacia atrás y decirle al Señor: “gracias”. Gracias por lo vivido, por nuestras Ultreyas, por la Escuela con cada uno de sus diferentes itinerarios, por las personas nuevas que han llegado, por las que siguen perseverando año tras año, por las que ya nos acompañan desde el cielo. Gracias por los momentos duros también, porque todo forma parte del camino. Y gracias, sobre todo, porque Tú sigues siendo el centro.

Terminar el curso así, con paz, con alegría y con tanta gratitud, me anima a seguir caminando, a seguir diciendo “sí” a lo que Dios va poniendo en mi vida. Como dice San Pablo: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1,6). Eso me recuerda que el Señor no abandona lo que empieza, que Él es fiel, y que en comunidad, su presencia se hace más fuerte, más palpable, más real.
Fue un día sencillo, lleno de vida, de luz, y de comunidad. Un día que me recordó por qué estoy aquí, por qué sigo, por qué me merece la pena seguir caminando. Porque en medio de todo, Jesús sigue actuando, sigue llamando, sigue reuniéndonos como familia.
Y eso, para mí, no tiene precio.
¡DE COLORES!
María Guimerans Ocaña