En Memoria de Cándido Fernández

Querido Cándido, naciste un 7 de diciembre de 1939 en Serradilla, precioso pueblo de Cáceres junto al parque natural de Monfragüe.

Allí forjaste tu niñez entre el cariño de tu madre, un ama de casa, que te transmitió la Fe (a través de oraciones, poemas y jaculatorias que tantas veces recitabas en Cursillos y Ultreyas), y la Fe recia y firme de tu padre, (al que en ocasiones ayudabas en el campo).

Sentiste la llamada del Señor a seguirle cuando un sacerdote misionero pasó por tu pueblo y encendió el deseo en tu corazón de querer vivir como él.  

Sin pensarlo mucho te embarcaste en la aventura de irte a Barcelona, pero la cosa salió mal y volviste a casa.

Sin embargo, cuando el Señor cuenta con alguien, no cesa de llamarle y así, de nuevo, impulsado por la fe de tu madre, de tu padre y del párroco de Serradilla, allí estabas tú presentándote ante el Señor y haciéndote sacerdote. Un sacerdocio entregado en tu congregación de Hijos de la Sagrada Familia a la que con tanto cariño has atendido y servido siempre y que te llevó a lugares que ni siquiera imaginaste.

Cuando tu superior te propuso ir a Argentina, aceptaste con ilusión bajo condición de que, tras dos años en ese país, volverías a España… pero los planes de Dios para ti eran otros.

En Argentina viviste tu Cursillo y éste supuso un cambio en tu vida y un compromiso que te llevó a hacer miles de kilómetros para llevarlos a todo el país, bajo la encomienda del Cardenal Bergoglio (nuestro querido Papa Francisco).

Recuerdo especialmente la Ultreya a la que acudió el Obispo de la Diócesis de 9 de Julio, Don Ariel Torrado, en la que nos contó la difusión que hiciste de los Cursillos allí y que tanto bien hizo a la Diócesis. No me extraña el homenaje que en esos lugares te rindieron el año pasado. Nunca asomó en ti una queja por tener que recorrer 200 kilómetros para ir a una Escuela, 500 kilómetros para ir a un Cursillo, 100 kilómetros para ir a una Ultreya, en coche, en autobús e incluso en tractor (¡y yo me quejo de lo lejos que está el Secretariado!).

Te llamaban gallego ¡tú, que venías de tierra de conquistadores, pasaste a ser de tierra de emigrantes!.

Y la vuelta a tu querida España se hizo realidad después de casi 40 años, a mediados de los 2000. Y aquí seguiste entregando tu vida al Señor, a tu comunidad y cómo no, al Movimiento de Cursillos. 

Siempre alegre, siempre comprometido, siempre al servicio de los demás. De ello damos testimonio todos los que te hemos conocido y hemos gozado junto a ti de la experiencia de un Cursillo.

Fuiste misionero en nuestra Ultreya de La Paz (como Director Espiritual) y gracias a tu entrega ésta volvió a recuperar el ardor y la ilusión por ser Santos y Apóstoles. 

Celebraste en la Ultreya de la Paz tus fecundos 50 años de sacerdote y -como colofón- tuve el regalo de vivir contigo (poco después, como rector) tus 50 años de cursillista en un Cursillo que, aunque para ti fue el último, no dejaste de entregarte en cuerpo y alma y de derrochar alegría para todos los que allí estábamos.

Siempre rezaste a la buena muerte y ésta te llegó en tu casa, tu Parroquia «Jesús de Nazaret» en Madrid, junto a ese Sagrario en que diariamente te postrabas y que tantas veces te vimos besar.

La última vez que celebramos juntos la Eucaristía postrados ante la Sagrada Forma te oí susurrar: “Dios mío, te quiero” mientras de tus ojos brotaban las lágrimas. 

Tu vida siempre estuvo llena de amor y entrega hacia Jesucristo y su Iglesia. 

¡Hasta siempre Cándido, Sacerdote eterno de Cristo!

DE COLORES.

Mario Guimerans

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