Me llamo María Martínez Sendino y tengo 24 años. Hice mi Cursillo a finales de febrero del año 2022 y vivo mi fe en comunidad en la Ultreya de López de Hoyos. Soy médico recién graduada y estoy a la espera de ver dónde me coloca el Señor para hacer la residencia.
He tenido la suerte de ser una de las 140 personas que ha vivido esta Pascua entre jóvenes de Cursillos de Cristiandad y de otros tantos que todavía no han hecho el Cursillo. Estos cuatro días comenzaron con el lema escogido para estos días de convivencia: “Nadie me quita la vida, soy yo el que la entrego” (Jn 10,18). Para mí este lema fue el eje que ordenó y dio sentido a toda la Pascua.
El Jueves Santo fue el día de llegada y, entre abrazos de amigos de hace mucho tiempo, saludos a gente nueva, tiempo para ubicarnos en la casa y repartir habitaciones etc., se preparaba la bienvenida a cuatro días intensos para vivir en comunidad la Pasión y Resurrección del Señor. Fue un día muy especial en el que se nos proclamó el rollo de “Jueves Santo”, el día del amor fraterno que nos recordaba cómo Jesús se entregó a sus discípulos, sirviéndoles en el lavatorio de pies, y a nosotros, instaurando la Eucaristía.
Al día siguiente, el día de la Cruz fue una oportunidad para vivir con Jesús su camino al Monte Calvario. Me ayudó mucho a ser consciente de que, mientras Jesús siempre está presente para ayudarnos a llevar nuestras cruces y hacerlas más ligeras, el Viernes Santo es el día más importante para levantarnos nosotros y ayudarle a Él a cargar con la suya. Jesús vuelve a entregarse, pero esta vez con su vida, al mundo. Con el lema de la convivencia, Jesús nos recuerda desde la Cruz que no podemos caer en la trampa de pensar que le han quitado la vida de sus manos, si no que ha sido Él mismo el que ha decidido darla por amor. Quiere dejar claro que ha sido Él el que se ha dado para salvarnos.
Después de un día de adoración a la Cruz, el Sábado Santo fue un día de silencio. Jesús estaba muerto. Si el Viernes Santo acompañamos a Jesús con su Cruz, el sábado fue un día para acompañar a María. Con el rollo de la Virgen María recordamos cómo ella es ejemplo de fe en la espera y de disposición ante la voluntad del Señor. Aprovechamos la oportunidad que teníamos de estar todos juntos para rezar el Rosario en comunidad, finalizando con unas letanías que proclamábamos en voz alta al mismo tiempo que colocábamos una flor a los pies de la Virgen. Más tarde, esas mismas flores servirían para adornar la Cruz del Domingo de Resurrección.
También el sábado tuvimos la suerte de poder disfrutar de la charla de Paloma Lladó sobre la Sábana Santa, en la que nos explicó todas las pruebas científicas que se han realizado para demostrar si la tela pertenece a la época de Jesucristo, las maneras en las que murió el hombre de la sábana o cómo la tela se comporta como un negativo fotográfico. Paloma finalizó concluyendo que, según los científicos provenientes de todo el mundo que habían estudiado la Sábana Santa, la probabilidad de que el hombre de la Sábana Santa no fuera Jesucristo es de 1 entre 200.000 millones.
Tras todo el día en disposición de silencio y de espera, llegaba el momento más esperado por todos; la Vigilia Pascual. Esta celebración me emociona especialmente cuando se vive en comunidad. Ser testigo de cómo amigos de la Ultreya cantan el pregón o leen las lecturas que anuncian la llegada del Señor en medio de la oscuridad, iluminada por las velas de tanta gente que te acompaña en el camino de la fe es una bendición.
Y por fin, ¡Cristo ha resucitado!
El Domingo de Resurrección fue la culminación de los cuatro días que habíamos vivido juntos. Cristo da la vida por nosotros y nos la entrega, resucitando para quedarse con nosotros hasta el fin de los días. Ninguno de los que caminen junto a Él, caminará en sombras de muerte. Este día es en el que recordamos que Cristo ha vencido a la muerte y que lo ha hecho todo desde el Amor. Así, una vez más, Jesús nos enseña que la entrega a los demás no es merecedora de pena, sino que es merecedora de vida.
¡De Colores!
María Martínez Sendino
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