La Navidad es el tiempo en que la luz vence a la oscuridad y el amor se hace carne en el Niño de Belén. Es el abrazo de Dios a la humanidad, su fidelidad se transforma en melodía de esperanza para nuestros corazones y llena de paz nuestras vidas. En Navidad celebramos el misterio de un Dios cercano, que se abaja hasta nosotros para hacernos partícipes de su gozo eterno. Es tiempo de renovar nuestra fe, de abrir nuestro hogar al prójimo y de dejarnos iluminar de nuevo por la promesa de redención. La Navidad es el milagro de un amor que nunca se cansa de buscarnos.
Con esta certeza de que Dios no se cansa de buscarnos, nos reúne y nos hace familia, tuvimos la gracia de celebrar el pasado día 30 de diciembre, la Ultreya de Navidad. Fue una tarde llena de alegría, fraternidad y profunda espiritualidad, donde la comunidad se reunió para celebrar el nacimiento de nuestro Salvador y renovar juntos el compromiso con nuestro camino de fe.
El momento central de la Ultreya, fue la Eucaristía, presidida por Eugenio. El templo de Santa María Micaela se llenaba de hermanos deseando encontrarse y celebrar la alegría del nacimiento de Jesús, como nos recordaba el evangelio (Lc 2, 36-40), viviendo con un corazón atento a la presencia de Dios, como Ana, renovando nuestra confianza en el plan de salvación que Él realiza en nuestras vidas.
Después de la misa, tuvimos un rollo sobre el lema del curso: “Al servicio de los demás” (1 Ped 4, 10). Dios nos llama a servirle con un corazón de pesebre, pequeño y disponible, para ser discípulos, instrumentos de su amor, dejándonos guiar por Él y siendo testigos de la alegría del Evangelio.
Algunos hermanos de la comunidad nos compartieron cómo viven ellos al servicio. Posteriormente concluimos con un ágape fraterno compuesto de: risas, villancicos, un belén viviente y un espíritu de cercanía que nos identifica y nos recuerda que somos una gran familia en Cristo.
¡De colores!
Javier Durán.