Querida comunidad,
Es una alegría poder escribir estas líneas para dar mi testimonio de la Ultreya Diocesana que tuvo lugar el pasado 30 de mayo en la parroquia de Santa María Micaela y San Enrique, presidida por el cardenal D. José Cobo, concelebrada por el vicario de la Vicaría VIII, D. Ángel Camino, y por un gran número de sacerdotes que con tanta dedicación y cariño nos acompañan en nuestro querido movimiento.
Pero antes de nada, una breve introducción. Soy Javier, y estoy felizmente casado con Clara desde 2008. Tenemos tres regalos del Señor que se llaman Javier, Inés y Blanca. Me encontré cara a cara con el Señor en mi cursillo en marzo de 2006. Fue un rescate en toda regla, andaba zarandeado y despistado por la vida, y el Señor me llamó de nuevo a su lado. Desde entonces, vivo un bonito cuarto día no exento de caídas, pero con un Ideal bien firme.



Y ahora, al grano. Todo empezó con las palabras de bienvenida de Pedro, de las cuales aún me resuena esa frase de “Cuente con nosotros para anunciar a Cristo en la diócesis de Madrid”, que me recordaba tanto a ese “cuento contigo” que muestra la cruz que un día nos regalaron en nuestro cursillo. Fue un ponerse a disposición de la Iglesia, de esa Iglesia de la que me siento tan orgulloso de pertenecer desde mi cursillo. Y pese a eso, cuántas veces no soy apóstol en mis ambientes, muchas más de las que me gustaría. Las palabras de Pedro me sirvieron de toque de atención a salir de mi vida acomodada.
D. José nos regaló una homilía con un mensaje muy concreto. El primero de ellos, que me tocó sobremanera, fue cuando mencionaba que Cristo no maquilla la cruz sino que la abraza. ¿Hago yo lo mismo con mis pequeñas cruces?. ¡Qué pena!, pensé en ese momento, porque me di cuenta que muchas veces las percibo como carga y con resignación. Y cuando me abrazo a ellas, ¡qué diferente siento mis cruces!.
Otro momento de la celebración que me tocó de lleno fue cuando D. José hizo referencia a la alegría de evangelizar de la que hablaba el Papa Francisco en la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”. En ella se nos invita a no dejarnos robar el entusiasmo misionero. Y es que cuánta alegría nos da cuando fermentamos nuestros ambientes, y cuanto mejor cuando lo hacemos desde la alegría profunda que sólo el Señor puede dar. Todavía recuerdo esa alegría en las caras de cada una de las personas del equipo de mi cursillo, caras de alegría que me contagiaron, porque la alegría que surge del Señor… contagia.




Del rollo que nos regaló Ana, me quedo por encima de todo con su alegría, una alegría con mayúsculas. Pero no me quedo solo con eso. Me sirvió mucho su testimonio como llamada a salir de mis comodidades, qué fácil es quedarse uno encerrado en si mismo y no mirar más allá. Pero estamos llamados a “complicarnos” la vida para ser verdaderos apóstoles en nuestra sociedad. Testimonios de vida como el de Ana me hacen mucho bien, me cargan las pilas y me despiertan las ganas de vivir más cerca del Señor.
Por último, quería aprovechar para agradecer a Pedro por todos estos años de entrega al movimiento de cursillos de Madrid como consiliario diocesano. Pedro es para mí un sacerdote con mayúsculas, un verdadero hombre de Dios. Y qué regalo de sacerdotes tenemos en nuestra comunidad, que nos acompañan y nos cuidan, y no se cansan de cansarse. Doy gracias a Dios por todos ellos.
¡De Colores!
Javier Prieto