La conversión de San Pablo

El pasado 25 de enero tuve la suerte de proclamar un rollo en una ultreya diocesana sobre la conversión de San Pablo en la preciosa capilla de la Universidad Francisco de Vitoria que, a pesar de ser un sábado por la mañana, y de sus dimensiones, estaba a rebosar.

Soy José María, hice mi cursillo hace 39 años y ahora comparto mi  fe junto con mi  familia en las ultreyas de Ntra. Sra. de los Ángeles (Pozuelo) y La Visitación (Las Rozas).

La preparación de un rollo siempre es una ocasión que nos regala el Señor de acercarnos a Él a través de la oración y la formación y, en este caso, una oportunidad de confrontar mi vida con la de un santo como San Pablo, nuestro patrón. Os resumo los aspectos principales que aprendí.

La conversión de Saulo comienza con un encuentro personal con Jesús, inesperado pues se produce persiguiendo a los cristianos. ¿Por qué precisamente a él? nos podemos preguntar. Pero entonces, si soy coherente, me debo preguntar también ¿por qué a mí? ¿por qué se quiso encontrar precisamente conmigo? ¿qué méritos tenía?.

Pero nosotros sabemos que preguntar a Dios el por qué es un sin sentido, y que lo que tiene sentido, tras un encuentro personal con Él, es preguntarnos qué quiere hacer en mí, es decir, el para qué. San Pablo tuvo clara su misión desde el principio porque así se lo hizo saber Jesús: ser testigo del evangelio. Y me pregunto de nuevo ¿hay mucha diferencia conmigo en esa misión?.

El proceso de conversión de San Pablo tras el primer encuentro cerca de Damasco continuó, como el de todos, a lo largo de su vida, estando atento a la voluntad de Dios que le iba hablando, siendo cada vez más consciente de lo que significaba la presencia de Jesús vivo en su vida, perseverando hasta el final con la entrega de su vida su en Roma, evangelizando en todo el mundo a su alcance, dando testimonio a sabios y sencillos, poderosos y humildes, judíos y gentiles, construyendo esa Iglesia a la que había perseguido.

Me llama mucho la atención su valentía para un cambio de mentalidad que implicaba no solo asumir sus errores anteriores, sino romper también con todas sus referencias vitales de judío, con su familia y sus amigos, para seguir incondicionalmente a Jesús. Cuando me veo reflejado en la vida de San Pablo, descubro que me gustaría ser yo también más valiente, y asumir las consecuencias de mi fe hasta el final, atreviéndome a plantear las implicaciones de ser su discípulo en todos los aspectos de mi vida, buscando la verdad de manera incansable con Él, para que sea Él quien viva en mí.

Me gustaría, además, tener más humildad para ser consciente que Jesús quiere hacer cosas grandes en mí, no solo a través de mis carismas o de mi esfuerzo, sino a través de mis miserias, si soy capaz de ponerlas a sus pies para que las purifique. Soy testigo de cómo Dios ha actuado en mí a pesar de mi limitación, por eso San Pablo se gloriaba de su debilidad al ser testigo de las maravillas que Dios hacía en su vida.

San Pablo, además, persevera a pesar de toda dificultad por su esperanza. Y su autenticidad es un ejemplo para mí, en una época en la que la radicalidad en la fe está mal vista e, incluso, es sospechosa a veces hasta entre los propios cristianos. Quiero ser tan libre con San Pablo para ser capaz de comprometerme a tope, superando miedos y mediocridades.

Por último, su ardor evangelizador es la consecuencia de la autoridad que le confiere el propio mandato de un Jesús que sabe vivo. Otra vez me pregunto ¿hay mucha diferencia en este aspecto conmigo? ¿por qué carezco de esa autoridad cuando hablo de Dios?

La conversión de San Pablo es un ejemplo de fe, esperanza y caridad, de vida comunitaria, de entrega de su vida totalmente a Jesucristo. ¡Qué orgullo siento como cursillista que Dios haya querido que sea nuestro patrón!, y le pido que interceda por mí, mi familia y el movimiento de cursillos para que seamos fieles a la voluntad del Señor en nuestra vida. 

San Pablo, ruega por nosotros.

¡De colores!

José Mª Pérez Caballero 

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Ultreya de Navidad

«Al servicio de los demás»
(1 Ped 4, 10)

Esta Navidad nos hemos preparado para el nacimiento del Señor de nuestras vidas, compartiendo en comunidad la espera y festejando su venida en la Ultreya de Navidad del pasado 30 de diciembre. Fue un momento en el que dimos las gracias a Dios por todas las maravillas que con Él hemos vivido durante el año, y nos llenamos de esperanza y alegría porque el Señor se queda con nosotros.

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